Diario de trabajo para montar a Kleist por Mariana Percovich

“Cuantas cosas se agitan en el corazón de las mujeres que no son para ser mostradas a la clara luz del día”

Pentesilea de Heinrich Von Kleist (Alemania, 1777-1811)


jueves, 21 de abril de 2011

Juego y compromiso por Javier Daulte

El juego implica un elemento ineludible para su ejecución: el compromiso. ¿Pero de qué compromiso habla el juego? El compromiso con las reglas de ese juego y con ninguna otra cosa. Pero ojo: las reglas del juego pueden ser tales que no lo hagan aparecer como tal, sino como otra cosa. Pero esa es justamente la paradoja del juego y su compromiso: cuanto más me comprometa con las reglas, más entretenido y apasionante se volverá el juego, y al mismo tiempo, menos parecido a un juego será. El compromiso le da sentido a la regla y la regla sentido al juego. Si el compromiso no se ejerce no hay juego. Si el compromiso se radicaliza, el juego se vuelve temiblemente peligroso.

Probemos jugar a la mancha o a las escondidas entre adultos. Veríamos en principio lo difícil que es comprometerse con la regla, y luego, lo angustiante que resultan esos juegos. Porque el compromiso no es sólo intelectual sino también emocional. Un juego bien jugado es siempre atractivo pero no necesariamente divertido.


 Cuando se plantea el juego se busca que sus reglas nos cautiven y una vez cautivos, nos excitamos, sufrimos y nos angustiamos de un modo artificial. Cuando el juego termina nos vamos a tomar cerveza con nuestro temido y odiado contrincante de TEG, lo mismo que los actores que interpretan a Hamlet y Claudio. Comprometerse con las reglas del juego no es conocer las reglas para poder ganar, sino que el compromiso implica que el juego pueda jugarse del mejor modo posible. Cuando alguien no se compromete con las reglas del truco --no importa quién vaya ganando-- el partido dejó de tener interés. Es cuando se dice: "para jugar sin ganas no juegues".