Diario de trabajo para montar a Kleist por Mariana Percovich

“Cuantas cosas se agitan en el corazón de las mujeres que no son para ser mostradas a la clara luz del día”

Pentesilea de Heinrich Von Kleist (Alemania, 1777-1811)


sábado, 12 de febrero de 2011

Citas, hoy comienzan los ensayos

de Mariana López Oliver
Aquiles, el pelida de pies ligeros, arquetipo masculino predilecto de la sociedad occidental, cae tras el beso letal de Penthesilea, la mujer que lo ama, reina de las amazonas, quien se suicida tras reconocer lo que ha hecho. Un lugar devastado, con la destrucción y la miseria suspendidas en el aire, se convierte en el paraíso recobrado de dos amantes condenados tras haber escapado de la muerte. El deseo se arrastra por rincones oscuros, recovecos más allá de la conciencia, en una viuda burguesa del siglo XVIII, que advierte lo divino y lo maligno en el mismo hombre: su ángel, su demonio. La marioneta se burla de la torpeza del bailarín humano a sabiendas de que su superioridad y su gracia, del hilo que la encadena directamente con lo divino, que la libera de la gravedad terrenal. Éstos son algunos de los elementos del imaginario de Heinrich von Kleist, el exiliado del mundo de lo bello y lo bueno, el sentenciado por su propia mano.
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Ubicar su obra en un período determinado puede resultar problemático. Kleist tenía un estilo muy particular y sus textos no pertenecen a ningún género que se practicara cotidianamente en esos días; por ejemplo, en Penthesilea utiliza un modelo clásico al que dota de características románticas, haciendo de esta obra un objeto incomprensible para sus contemporáneos. El movimiento romántico en Alemania se desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX. Durante este periodo se dio cabida a la existencia de nuevas posibilidades de creación al ampliar el abanico de valores que podían enunciarse: no sólo la luz, la belleza y la virtud eran dignos de ser enaltecidos, sino también la destrucción, la oscuridad y la muerte. El romanticismo alemán exaltó la fuerza de los poderes albergados en el inconsciente, que se manifestaban en el sueño, la magia, los mitos y la nostalgia.
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A pesar de que en nuestros días lo enunciado desde el dolor, el fracaso o las patologías esté sobrevalorado y protegido por una especie de aureola divina que lo dignifica, es innegable que el trabajo literario de Kleist se defiende por sí mismo: la maravilla que despliega en sus versos; la prosa apresurada, parte de largas cadenas a veces imposibles de seguir; el abanico de imágenes que oscilan entre lo bello y lo monstruoso. Kleist es un autor que confronta, que escinde la conciencia, que cuestiona hasta destruir, que se desdobla, que juega y se burla desde su trinchera. Los rasgos más geniales del movimiento romántico permearon su vida y su trabajo literario: la búsqueda del absoluto, la certeza de la inexistencia de verdades universales, el caos, la ironía, la pasión destructora y el culto al infinito, al que se unió tras suicidarse a orillas del lago Wannsee en 1811.