Diario de trabajo para montar a Kleist por Mariana Percovich

“Cuantas cosas se agitan en el corazón de las mujeres que no son para ser mostradas a la clara luz del día”

Pentesilea de Heinrich Von Kleist (Alemania, 1777-1811)


domingo, 22 de agosto de 2010

Kleist y los griegos


JORGE USCATESCU
Kleist y los griegos

Penthesilea, escribe Christa Wolf, permanece como un espectáculo espantoso, incluso para los que estamos acostumbrados a lo espantable. Kleist ha debido tocar una raíz del horror para que,
un siglo y medio más tarde, haya logrado anticipar el estado de nuestros espíritus poco fáciles a emocionarse. Nosotros destruimos todo cuanto amamos he aqui llevado a una fórmula general
cuanto nos puede decir Penthesilea. Esta fórmula parece en perfecto acuerdo con nuestra época.

«Todo cuanto se pueda imaginar de más escandaloso lo ocupa: el canibalismo por pasión de amor sin salida. En la historia de la reina de las amazonas que no tiene derecho de amar más que a quien haya vencido, Kleist encuentra el material de una identificación entre las más inextricable que yo conozca. Es lo que ha procurado la centella que encenderá la brasa que late tras los versos de Penthesilea». (ChristaWolf).

Hay quien haya visto en Penthesilea en la versión poético dramática de Kleist un reflejo romántico, viejo y anticipador en extremo a la vez del miedo ancestral de los hombres ante las mujeres fuertes, salvajes dementes e incontrolables. El estilo de los versosde Kleist adquiere tonos incendiarios y angustiosos, pero al mismo tiempo surge como una reivindicación in extremis de la feminidad después de milenios de cultura occidental dominada por el principio masculino. Pero se ha visto algo así como una especie de testimonio, de confesión existencia1 de un ser no amado e incapaz a su vez del verdadero amor.

 Varias lecturas de Kleist en Penthesilease han visto posibles. Una nos lleva al mismo tiempo de la realidad ancestral, mitológica, donde se produce el combate entre Pentesilea y Aquiles, iguales en fuerza y posibilidades, enamorados uno del otro, fiel cada uno a la ley de su sexo, pero abocados inexorablemente al combate final. En un primer plano la mujer sigue al hombre. La heroína al héroe. Al amor incombustible sigue el combate. La heroína vence pero acaba por devorar –sublime entrega al amor y en definitiva caída de su condición de heroína- al ser amado y vencido. La amazona vence pero en definitiva la mujer sucumbe. Todo envuelto en el aura de la suprema ambigüedad y la catástrofe inexorable. Amor irrefrenable.
 Lucha sin cuartel. Besos que son mordeduras en palabras del propio poeta, que somete con frecuencia el ritmo dramático a la descripción y la metáfora. Jamás la tragedia griega, ni ninguna tragedia ha procedido de tal forma. Nunca había sido menos lineal tampoco, menos confusa en las convulsiones de superficie. Soberano, el sentimiento de culpa con el triunfo o derrota de lo femenino en el suicidio de la reina de las Amazonas enamorada culpablemente del héroe de Troya.

Pero hay además una manera griega dignificadora del héroe, en la idea de Kleist de colocar frente a frente dos Héroes, un Hombre y una Mujer, equiparados sólo en la igualdad de la muerte. Héroes que se aman, rompiendo con ello simplemente su ley y su norma. Con la particularidad de que mientras en el mito griego es Aquiles el que tiene derecho de amar a la Pentesilea muerta, en el drama de Kleist es Ella la que tiene derecho de amar sólo al vencido por ella en la batalla. Pero aún más que en el mito, donde Aquiles simplemente ama, en el drama Pentesilea ama y devora, hace definitivamente suyo al ser amado y vencido por ley del sexo.


Es éste el gran malentendido de la singular dramaturgia de Kleist.

Proclamación de una catástrofe natural de la humana (metáfora de la separación sin esperanza del Hombre y la Mujer). Lucha de la Mujer por el derecho al amor individual. Triunfo del feminismo ante litteram. Con su idea nueva del drama en su tratamiento moderno, realista, grotesco y fantástico, Kleist realiza su propia inmersión en el mundo griego, al cual niega, desde su propia dimensión y su tiempo, que más que suyo es «nuestro», su Némesis y su Moira.